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DUELO POR UN ANIMAL

El duelo por un animal es igual de auténtico, real y doloroso como el que sufrimos por otros miembros de nuestra familia.

Su afrontamiento y elaboración depende de múltiples factores.

DUELO POR UN ANIMAL

EEn muchas ocasiones tratamos de ocultar las lágrimas y aparentar normalidad en el día a día cuando un animal que formaba parte de nuestra familia, fallece. Vamos a trabajar y solo le contamos el hecho a gente más cercana, a quienes sabemos que serán capaces de comprendernos porque, a lo mejor, pasaron por lo mismo o, simplemente, les gustan los animales. Pero, ¿es raro sentir el duelo por un perro, gato o, incluso, un pajarito que ya no está con nosotros?

La cuestión es que el duelo no depende de la especie, sino de otros múltiples factores: como el apego emocional hacia el animal en cuestión; de las rutinas que compartíamos con él; de cómo falleció y de cuándo haya empezado este duelo. 

No todo duelo comienza con la muerte, ya que no siempre el ser querido fallece repentinamente. Muchos de ellos atraviesan primero una enfermedad, un accidente no mortal, períodos de hospitalización... En ocasiones, sabemos que la enfermedad con la que lidian es terminal y no hay solución posible. Por tanto, el duelo comienza mucho antes de que el animal o la persona muera realmente, ayudándonos, en cierta manera, a prepararnos para su muerte. Pero no solo es cuestión de preparación, otros factores, como es haber iniciado el duelo antes de que se produzca el fallecimiento, también incide en la elaboración del mismo.

Sam

“Descubrimos el tumor en el pulmón de Sam cuando tosía más de lo habitual. Este primer golpe nos llevó días a asumir y aceptar que Sam se fuera a morir. No sabíamos cuándo, pero los primeros días fueron todo lágrimas y abrazos. Nos despertábamos por la mañana con miedo a que haya dejado de respirar durante la noche. Pusimos su cama debajo de la nuestra para poder notar su respiración mientras dormíamos. Él no entendía estos cambios, volvía siempre a dormir a su esquina, pues para él todo estaba bien... Este primer duelo nos llevó a buscar segundas opiniones, otros profesionales y soluciones alternativas, hasta decantarnos por la que nos parecía la mejor, la más adecuada y digna para él y que, posiblemente, prolongó su vida otros diez meses. 

Cuando finalmente lo llevamos a dormir, estaba muy mal, apenas comía y este día vimos que apenas se sostenía en pie. Paseó por la mañana y esto le quitó fuerzas para todo el día. Por la tarde, a la hora de darle su “potito”, se le caía la cabeza, estaba muy débil. En este preciso instante supimos que su vida llegaba a su fin y que no dejaríamos que agonice lentamente, prefiriendo poner fin a su sufrimiento”. 

Lo bueno, es que con los animales tenemos esta opción. Ponerle fin a su sufrimiento cuando no queda nada por lo que luchar, poder despedirse y cerrar el libro de su vida. Sam se fue dignamente en octubre de 2019

 

Somos seres sociales, como la mayoría de los animales que tenemos domesticados. Muchos de los animales establecen sólidos vínculos de apego emocional con nosotros y nosotros con ellos. No con todo animal formamos el mismo vínculo, pues depende de la compatibilidad en el carácter, tiempo que permanece a nuestro lado, nuestra forma de vida, nuestra consideración hacia el animal (no es lo mismo un animal como miembro de familia con todos sus derechos, que un animal usado como una herramienta de guarda o caza, que no permanece en el núcleo familiar) y un largo etcétera. Las emociones positivas se disparan cuando jugamos con ellos o los vemos disfrutar de algo y, como nuestro cerebro es un gran buscador de placer, cuando el animal ya no está, lo vivimos como una pérdida, ya que lo que generaba estas emociones no ha sido sustituido y tardará un tiempo... Cuando hay apego, habrá duelo. Su cercanía, el acompañamiento que nos brinda, tiempo y ganas que invertimos en su educación y salud, lugares donde disfruta de un tiempo de calidad con nosotros, las rutinas conjuntas, todo ello fortalece este vínculo, el cual introduce al animal en lo más hondo de nuestra vida y, a la vez que nos permite un mayor disfrute de él, también hace más dolorosa su partida.

Tripi llegó a un hogar siendo un gatito abandonado con tres patas. Era un precioso gato gris, con un carácter muy particular y algo independiente, al principio. Enseguida fue conquistado por Manuela, una niña de nueve años de la que se hizo un compañero de juegos. Iba con ella a todas partes, dormía en su cama, ella le cantaba canciones y le contaba cómo llegó a la familia. Era un hermano más en esta familia de humanos y animales. Tripi llevaba solo tres años en su hogar cuando falleció de una insuficiencia renal, después de haberlo tratado sin éxito. Dejarlo partir fue una decisión consciente, pero muy dolorosa. Su pequeña compañera humana sigue recordándolo con un enorme afecto. 

A veces, es difícil no salirse del artículo cuando los recuerdas; las emociones llegan en oleadas y convierten el discurso en profundamente emocional. Pero bueno, centrémonos en la psicología... 

Las rutinas que creamos con nuestros animales son, también, muy importantes. ¿Qué rutina puedes crear con un gato si no sales a pasear con él? Su compañía forma parte de nuestra y permanece de forma continua. El gato está siempre: cuando te levantas está en tu cama, le das de comer, te recibe cuando vuelves de trabajar o estudiar, te acompaña en el sofá mientras ves tu serie favorita... Si está enfermo, te acostumbras a darle su medicación, creas un hábito de compras de las cosas que necesita. Él está en tu vida al igual que tú en la suya. ¡Qué complicado es asumir la rotura de esta rutina! Y si lo has cuidado durante un largo período de enfermedad, más. Porque, aunque más adelante sientas cierto alivio, al principio notarás el enorme vacío que su ausencia provoca en tu día a día. 

Motoko era una gata abandonada como cualquier otra, la diferencia es que llegó muy enferma a su hogar de acogida. Nunca encontró un hogar definitivo debido a los cuidados que precisaba, pero sus cuidadores se han encargado de que se sintiera como si estuviera en familia. La gatita pasó por diversas fases, sabiendo que en cualquier momento la enfermedad renal crónica acabaría con su vida. 

Al principio se encargaban de administrarle sus medicinas, controlar que bebiera suficiente agua y estuvo bien los primeros dos años. Después su estado empezó a empeorar, la medicación no hacía el efecto necesario y se añadieron enfermedades concomitantes que dificultaban su alimentación diaria. En la última fase ya requería uso regular de suero subcutáneo y alimentación forzada con jeringa. Aun así, entre todos los procedimientos médicos Motoko se subía al alféizar de la ventana a mirar las palomas y a tomar el sol, y por la noche dormía en la cama con sus cuidadores. Un día, ya no tenía ganas de tomar el sol, ni tampoco vino a dormir a la cama. Este fue el día que su familia de acogida supo que su vida llegaba a su final, estaba dolorida y cansada, por lo que decidieron dejarla descansar... 

En casos como este, la labor de las casas de acogida es temporal, siendo ellos conscientes de este hecho. Pero las rutinas conjuntas, así como los vínculos establecidos con el animal que se encuentra en una situación vulnerable, hacen que el duelo sea doloroso, a pesar de que el animal no sea estrictamente “suyo”. 

La muerte, cuando es repentina, necesita ser asumida. Si en muchos casos pasamos por un tiempo de negación, cuando un animal se muere de repente, es una sensación acentuada. Ves al animal en sus sitios habituales, piensas que ya es la hora de su paseo o de su medicación, lo tienes todo programado en la cabeza, pero él no está. 

 

Ayer Rojo estaba y hoy no. Este día fue un momento de inflexión en la vida de sus compañeros humanos. Ver que no respira, correr al veterinario, ya sabiendo lo que ocurre, es un momento angustioso, fatídico, interminable. Desde la adrenalina del momento hasta luchar con el dolor al llegar a casa. Menos de dos años y tenían un vínculo increíble. Un perrito rescatado, miedoso, que se apoyó en ellos, que era tan vulnerable y tan agradecido por los cuidados... claro que no merecía morir. Pero allí estaba, sin vida. Seguramente recordarán este momento como uno de los más dolorosos de su vida. Con el tiempo, se acordarán de los momentos buenos, la oportunidad que le dieron y todo lo que les dio él. Quedarán solo los recuerdos, los buenos... y este último que tanto impacto emocional produjo y que, probablemente, intentarán evitar. 

 

No podemos saltarnos las tareas que nos plantea el duelo de camino a su elaboración y reprimirlo solo hará que se vuelva crónico, por lo que es preferible convivir con este dolor, aceptarlo y permitirse el tiempo necesario hasta poder asimilar lo sucedido. Hay una frase que leí, no recuerdo dónde, que para superar un duelo hay que romperse y volver a recomponerse sin el pedacito que falta, que es este ser querido que se fue. Pero el “romperse”, a pesar de toda esa vorágine emocional indomable, es obligatorio. No es cuestión de olvidar con el tiempo, sino de recordar con un pellizco de dolor (o incluso sin él) y, sobre todo, agradecimiento por el tiempo que estuvo a nuestro lado.

No es necesario un tratamiento psicológico en un duelo que cursa con normalidad. Pero si consideras que necesitas apoyo para poder elaborar la pérdida, que te expliquemos cómo funciona, las pequeñas estrategias que puedes llevar a cabo para aliviar un poco el dolor, no dudes en contactar con nosotras.

Espero que este artículo sirva de homenaje a las personas que tratan los animales como miembros de familia de pleno derecho, además de ser un bonito recuerdo de "nuestros hermanos menores" (como acertadamente se denomina a los animales en ruso) que ya no están a nuestro lado. Gracias por cuidarlos, amarlos y brindarles una vida digna. 

Autor: Masha Kurmakaeva, responsable de Sam

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